Sobre este blog: Enero de 2024.

Tiene 7 años de que publiqué una entrada en este "Blog". No puedo garantizar que volveré a escribir aquí de manera regular, pero vale la pena mantener este sitio como un testigo de comentarios históricos y sobre todo, incómodos. Debe entenderse que no sostengo ya muchas de las perspectivas vertidas entre notas compartidas, ensayos y comentarios que aquí se pueden encontrar. Aunque tampoco es que haya dado un giro de 180°, algunas de mis opiniones hoy en día me parecen estúpidas, así que sirva esto como descarga de responsabilidad por todo lo que aquí se puede encontrar. Advertidos estéis todos.

Sobre el aborto.


Primeramente hemos de referir que entenderemos por aborto a la interrupción del proceso de gestación humano desde el momento de la fecundación (previo al embarazo, que técnicamente comienza con la adhesión del óvulo en el útero, por lo general se define simplemente como la interrupción del embarazo, que por ende excluye el momento de la fecundación) hasta antes del nacimiento, con la consecuencia de la muerte del producto, pretendida o no (igualmente, en otras definiciones el desenlace para el producto no es trascendente). Este hecho se da de forma natural o inducida, y puede ser consecuencia de condiciones fisiológicas o emocionales conscientes o no por parte de la madre en cuyo caso se denomina “aborto natural”. A menudo, el debate se centra en la situación consciente o inducida por la madre o terceros, pero es importante destacar que el proceso es más amplio.
Así mismo, es necesario distinguir que existen dos debates al respecto, evidentemente interrelacionados uno con el otro, siendo uno de ellos la penalización del aborto y el otro el debate ético sobre el aborto, siendo el primero un debate sobre legislación, que no es exactamente lo mismo que lo “éticamente aceptable”, respecto a lo cual versa el segundo, y dado que la ley eventualmente se ve determinada en mayor o menor medida por la ética, podemos considerar la discusión ética es más trascendente. Es importante hacer esta distinción pues además, no hemos considerado la palabra moral por ser esta dependiente de un conjunto de creencias, acotando así su validez y por tanto quedando fuera del debate. En este sentido, es necesario evitar, en todo discurso serio, argumentar recurriendo a citas de origen religioso o dogmático, cualquiera que estas sean. Sin embargo, hemos de reconocer que proveen puntos de vista y ejemplos susceptibles de una valoración.
Podemos decir que el debate ético sobre el aborto versa en torno a dos temas fundamentales: el valor de la vida y el problema de la libertad.
El primero hace referencia a que tácitamente reconocemos el valor de la vida como universal, sin que esto esté realmente más fundamentado que, en última instancia, el deseo de preservar la vida propia y de nuestro género, razón por la cual en general establecemos el estudio ético, y se encuentra presente en gran cantidad de sistemas morales. Sin embargo, muchas doctrinas asumen que el ser humano posee una característica que ha de hacerlo “superior” a otros seres, razón por la cual su vida ha de considerarse más importante que la de las bacterias, las plantas u otros seres vivos. Pero esto no es algo que esté justificado, nuevamente, más que por supuestos teológicos o simplemente principios arbitrarios. Eventualmente, el grado de consciencia, la inteligencia y la capacidad para experimentar emociones, ninguno mesurable ni tampoco descartable en otros seres, características supuestamente superiores en el ser humano, hacen que esta distinción sea tomada en cuenta por incluso, muchas escuelas de pensamiento seculares. Y en este sentido, podemos hacer una analogía entre considerar tomar un “veneno específico” para matar a un grupo de seres que invade nuestro cuerpo y nos perjudica (nos “agreden”), y considerar tomar un arma y matar a un asaltante que entra sin permiso en nuestra casa. Ambos pueden no poner en peligro nuestra vida, pero ambos pueden causarnos pérdidas económicas y afectar nuestro estado anímico, más no dudamos en tomar medicina cuando nos enfermamos. Incluso la mayoría de los más agresivos tiradores darían la oportunidad al asaltante de ser sometido antes de dispararle directo al corazón o a la cabeza con la intención de acabar con su vida. Un parásito, sin capacidad de decisión, nos ataca para satisfacer su necesidad de alimentación y para seguir viviendo, mientras que el asaltante ha decido beneficiarse a expensas de nuestro trabajo. Nosotros decidimos comer verduras, acabando con sus vidas, cuando podríamos alimentarnos de frutas y semillas sin acabar con sus vidas (o en un contexto más moderno, comida completamente sintetizada a partir de elementos no vivos), más pocos se preocupan por la vida de otras plantas, como principio, a menos que se puedan, de algún modo, sentir identificados con ellas. Y en general el principio de identificación parece ser la pauta que justifica este trato diferenciado. Más aún, existe un grado de identificación gracias al cual, por poner un ejemplo, un vegano sataniza el consumo de ciertos seres vivos como pescado, pollos natos y no natos, cerdos, reces y vacas, mientras promueven el consumo de otros seres como lechugas y jitomates, siendo que ambos nos traen beneficios y consecuencias a la larga (hecho que muchos se niegan a reconocer).
Pero cuando comparamos un cigoto, un embrión o un feto humano con una bacteria, un protozoario, un parásito intestinal, un pez, un pollito o un lechón, dependiendo de la etapa de desarrollo, podemos afirmar que, en términos biológicos, no hay una distinción significativa, pero sobre todo, no hay una diferencia en ninguna de esas características que nos hace supuestamente superiores (conciencia, inteligencia, emotividad), sin recurrir a concepciones religiosas sobre la humanidad. Sin embargo, el principio de identificación nos asigna más valor al cigoto humano por el hecho de ser humano que al protozoario, a pesar de ser fisiológicamente muy semejantes. Sin embargo, podemos enarbolar un punto más en defensa del cigoto, que es que el protozoario nunca dejará de ser protozoario, mientras que el cigoto tiene el potencial de convertirse en una persona totalmente completa y funcional, que puede eventualmente trabajar y razonar haciendo aportes trascendentes a su especie, marcando una diferencia incluso, con el más “inteligente” ser vivo no humano. Más es una potencialidad que estadísticamente es poco probable. Esto nos lleva al punto más importante de este análisis, y que conecta con el otro punto, que es ¿por qué habríamos de acabar con la vida de un ser humano en gestación?
A una bacteria, protozoario o parásito les podríamos matar como medida defensiva, si nos estuvieran atacando, por dar un ejemplo, pero en realidad, si les matáramos por cualquier otra razón, prácticamente nadie presentaría una moción para penalizar su muerte. Ante un pez, pollo o lechón que se sacrifican para comer, tendremos a un grupo de veganos criticando nuestros hábitos alimenticios y si hiciéramos de ello un modo de vida probablemente hasta organizarían protestas y boicots en nuestra contra, más sería muy raro que alguno nos intentara acusar penalmente por asesinar un pollo con fines alimenticios. Sin embargo, la perspectiva va cambiando en función del principio de identificación. Torturar a un pez, un pollo o un lechón, aún sin matarlo, es condenable no sólo por el principio de identificación, sino por que esos animales, a diferentes “escalas”, son capaces de sufrir y el inducirles este sufrimiento representa un acto de crueldad, reflejo de un gozo por el mismo que, eventualmente, podría aplicarse de diversas formas (no hemos especificado de qué tortura hablamos, y esto es aplicable genéricamente), a seres humanos. Una valoración moral diría que representa un acto de maldad. Y que quien es malo con un animal, el que sea, cometerá actos de maldad contra personas. Pero este enfoque, como dijimos, queda fuera de nuestro análisis y sólo se menciona para dar perspectiva.
Pero, ¿qué circunstancias llevan a pensar en la muerte de un ser humano, aún en su estado de gestación? En gran cantidad de países, se contempla una pena de muerte en caso de cometer un asesinato, a veces dependiendo de si se realizó con agravantes, e incluso en algunos lados basta con emitir una opinión ofensiva a la autoridad o a un dogma religioso para ser candidato a la pena de muerte. En algunos sitios, incluso, se considera razón para acabar con la vida de una mujer el hecho de que su esposo fallezca. La razón por la que se desea acabar con la vida de un ser humano es determinante en la valoración moral, pero también hemos de incluirla en nuestro análisis ético. Sobre todo porque representa la comparación de valoraciones de conceptos como la dignidad, y la libertad de una mujer de decidir sobre su propio cuerpo.
Comenzaremos con el tema ligado a la libertad de la mujer sobre su cuerpo. La libertad de una persona se entiende como la no restricción a ejercer cualquier acción que no afecte la libertad de otra persona (dejaremos pendiente por el momento qué entendemos por persona). En algunos sistemas religiosos, se restringe la acción al propio sujeto, pues se considera que éste no es poseedor de su propia vida o “alma”, y por ende no debe atentar tampoco contra ella. Ese punto de vista queda evidentemente fuera de esta discusión. Un punto “gris” en la postura que presentamos respecto a la libertad es precisamente el aborto, pues si se entendiera al humano en gestación como “persona”, las libertad de la mujer embarazada sobre su propio cuerpo estaría acotada, por definición, por la libertad de la “persona” que lleva dentro. Una valoración no objetiva sería decir que por el principio de identificación, el cigoto es persona. Considero que este es un caso extremo, bajo el cual sin embargo continuaremos.
No pudiendo seguir en este tono genérico, hemos de recurrir a situaciones concretas que ejemplifiquen nuestros argumentos para proseguir el análisis. Si una mujer es violada, y queda embarazada a raíz de la violación, es extremadamente probable que quede altamente traumatizada y no desee portar con el resultado de su vejación en su vientre, y es también muy probable que le sea imposible desarrollar afecto a ese producto antes y después del nacimiento. En este caso, su libertad ya fue violada y lleva en su interior un ser no consciente que ha sido resultado de esta agresión. Vamos a considerar que en efecto, la persona siente odio y repudia con todas sus fuerzas a la “persona” que lleva dentro, y esta postura no va a cambiar por ningún medio. ¿Cuáles son los casos posibles a partir de este punto? Si se obligara a esta persona a llevar a término su embarazo, y se le obligara a “cuidar” del producto, inevitablemente criará no solo sin amor, sino con odio y rencor a una criatura que ya será consciente y será receptora de tales sentimientos, no le será fácil crear lazos emotivos compatibles con una convivencia armónica en sociedad, y como mínimo le será en extremo difícil superar el saberse odiado por su propia madre por ser el resultado de una violación. Como máximo o bien se suicidará o se volverá psicópata y asesinará a otras personas. Y la madre habrá tenido un gran sufrimiento y habrá cosechado odio y rencor aún después de la crianza de su hijo. Por ende el resultado de este caso va del enorme sufrimiento de 2 personas, a la muerte de 1 o más personas. Aquí es donde ha de sopesarse la valoración de la vida del cigoto resultado de la violación contra el sufrimiento y probable muerte de el propio producto y otras personas. 
Supongamos ahora que no se le obliga a la madre a cuidar al producto de su violación pero sigue odiándolo y le guarda rencor. Durante el embarazo intentará deshacerse del producto y existen indicios de que su cuerpo podría, aún si no lo aborta “naturalmente”, provocar deficiencias en el desarrollo embrionario. Aún si naciera sano, sabemos que el recién nacido se sumará a los abarrotados e ineficientes orfanatos públicos, hasta que sea adoptado. Aún así, la madre habrá sufrido una degradación total de su dignidad durante el embarazo (que recordemos, se plantea forzado), violando su dignidad en nombre de la libertad y derecho a la vida del resultado de su violación.
Estos son los únicos casos relevantes en este ejemplo, aquellos en que se niega el deseo de abortar. Caso que se da cuando el esposo, familia, iglesia o estado se lo impiden.

A partir de ahora comentaré en primera persona mis valoraciones al respecto.
 Considero que de ninguna forma el principio de identificación es suficiente para justificar el sufrimiento y degradación de la madre y mucho menos el posible sufrimiento del propio producto a manos de ésta y terceros.
Ahora supongamos que no hay una violación. ¿Cambia esto el resultado? Claramente no. Si la mujer no desea el embarazo, por la razón que sea, y desarrolla un odio consciente o inconsciente hacia el producto, el desenlace será el mismo. Considero que en general, la crianza de un hijo es una labor que requiere no sólo convicción y gran responsabilidad sino amor, y una mujer que no es capaz de garantizar estas condiciones en general no “debería” ser madre. En ese sentido, considero preferible el acabar con esa vida, tan desarrollada como una bacteria o un renacuajo, si se hace para evitar una crianza nociva, que eventualmente representa una posible amenaza contra la estabilidad de la sociedad.
Además, no considero que tenga alguna justificación no religiosa el concebir a un cigoto o embrión como “persona”, ya que no es consciente ni capaz de experimentar sufrimiento, por lo que desde mi perspectiva ni siquiera representa una violación a una “libertad” de la que carece. Considero que el sufrimiento y la falta de dignidad que representan el ser obligado legalmente o no, a llevar a término un embarazo, tiene consecuencias más graves que el término de la vida de un embrión o incluso un feto capaz de experimentar sufrimiento, pues en el primer caso las consecuencias se perpetúan y expanden a la sociedad en general.
Aquí obviamente es necesario establecer parámetros y acotar las valoraciones. Si una mujer hace del aborto algo “cotidiano”, muestra una clara irresponsabilidad por lo que considero que en efecto, no debería criar un hijo, pero hasta que no demuestre lo contrario, tampoco sería éticamente aceptable permitir que quedara embarazada, ya que las mismas razones aplicadas antes serían válidas para cualquier embarazo suyo, independientemente de si ella lo desea o no.
Si una mujer espera a abortar hasta que el feto ha alcanzado un grado de madurez en el que experimente sufrimiento, este hecho constituye un acto de crueldad y por ende sí es susceptible de una valoración éticamente inaceptable, no por abortar sino por haber dejado que el proceso alcanzara ese punto.

Así que en general, no me considero en contra del aborto tal como aquí lo definí. Y tampoco soy vegetariano. Y tomo medicamentos. Y soy antitaurino. En esencia, todas estas posturas tienen mucho en común.

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