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Lorenzo Meyer escribe en el Reforma:
2006 o la verdadera prueba
de la democracia.
En el 2000 el cambio de
gobierno no significaba grandes modificaciones. Sin embargo, esta elección es la
prueba de fuego de nuestro sistema democrático.
La prueba.
Hace más de 50 años, Joseph A. Schumpeter, el economista austrohúngaro que
incursionó en la teoría política, advirtió que un indicador básico de la
naturaleza y calidad de la democracia se encontraba en la existencia o no de
verdaderas diferencias entre las plataformas de los contendientes. Si sólo se
podía elegir entre proyectos que eran meras variaciones sobre una misma idea,
entonces la competencia democrática sería pura forma (Capitalismo, socialismo y
democracia, publicado en 1942).
En el año 2000, y tras una larga lucha, los ciudadanos mexicanos tuvieron, por
fin, la oportunidad de ejercer el derecho al voto dentro del esquema formal de
las democracias modernas. Sin embargo, las plataformas que entonces realmente
tenían posibilidades de triunfo, las encabezadas por Francisco Labastida del PRI
y Vicente Fox del PAN, eran relativamente similares. La tercera fuerza, la que
podía representar una opción diferente -la de izquierda- y que se agrupaba
alrededor del PRD y de su candidato, Cuauhtémoc Cárdenas, ya estaba exhausta.
Una prueba fácil .
El grueso de los mexicanos vivió los comicios del 2000 como un evento histórico
-la madre de todas las batallas electorales-, como la lucha entre un
impresionante pero carcomido partido de Estado y una robusta oposición
democrática. Con la perspectiva que da el tiempo y el cambio de circunstancias,
hoy se puede comprender que lo que entonces pareció un mero detalle -la
sustitución del perredismo por el panismo como la principal oposición electoral
después de 1988- fue algo importante en extremo.
En efecto, el que hace seis años la disputa en las urnas fuera entre el PAN y el
PRI significó que los poderes fácticos -el gran capital nacional y extranjero,
la Iglesia Católica, los principales medios de comunicación, el gobierno
norteamericano-, la clase media y, en general, todos los que tenían temor al
cambio de fondo, pudieron darse el lujo de votar en contra del régimen que había
dominado a México durante casi todo el siglo XX. Y lo hicieron precisamente
porque ese acto democrático no tenía el contenido propuesto por Schumpeter.
Los proyectos de Labastida y Fox no fueron muy diferentes. Bien puede suponerse
que para el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios (CMHN) -por citar la
organización que reúne a la elite del capitalismo mexicano-, la elección del
2000 no cuestionó la política económica ni la forma de operar de los empresarios
dentro de ésta.
Para la poderosa cúpula, aceptar que el PAN sustituyera al PRI en la Presidencia
de la República, debió ser una forma segura e indolora de ponerse a tono con los
tiempos históricos: los de la legitimidad de la autoridad vía elecciones
equitativas, imparciales y con resultados ciertos, para usar una fórmula ya
consagrada.
La llegada de Fox, antiguo administrador de Coca Cola, a "Los Pinos", no debió
significar para los grandes del capitalismo mexicano otra cosa que abandonar
algunas viejas conexiones políticas y construir su equivalente con el nuevo
equipo. Pero esto no debió ser difícil ni llevarles mucho tiempo, pues hablaban
el mismo lenguaje y, sobre todo, tenían los mismos intereses de clase y de
grupo.
El saber que en el sexenio panista se tendría en la Secretaría de Hacienda (y en
el Banco de México) al mismo equipo que la había manejado en el pasado priista
debió implicar que algo cambiaba en la arena política pero nada en la económica.
Como en el caso del príncipe de Salina en Il gattopardo, de Giuseppe Tomasi de
Lampedusa, los grandes capitales sólo tenían que caminar un poco políticamente
para permanecer en el mismo sitio, ellos y todo México
.Lo mismo que puede suponerse que entrañó el cambio de hace seis años para el
CMHN se puede decir para el grueso del empresariado, la Iglesia Católica, los
grandes medios de comunicación, los inversionistas extranjeros, el gobierno de
Washington y buena parte de ese complejo conjunto de intereses creados que
influyen sobre los políticos y la política.
El 2006.
En contraste, la disputa del 2006 sí ofreció lo que Schumpeter señalara como un
rasgo medular de la verdadera democracia.
Las plataformas contendientes -las formuladas por Andrés Manuel López Obrador y
el PRD de un lado y Felipe Calderón y el PAN, del otro- representaron estilos de
gobernar distintos y, sobre todo, algunas opciones de política social y
económica que significan transitar por caminos distintos (aunque no
contrapuestos) tanto para empresarios como para el ciudadano común y para los
intereses que se encuentran entre ambos.
Desde el momento en que las encuestas empezaron a sugerir que el personaje que
ya apuntaba como candidato presidencial del PRD -AMLO- podía dar a la izquierda
una oportunidad de triunfo en el contexto de unas elecciones "equitativas,
imparciales y ciertas", se prendieron focos rojos en varios círculos del poder.
El cambio de régimen tan terso y suave en el 2000, empezó a perder su carácter
de "transición de terciopelo". Y el punto donde empezó a resquebrajarse la
promesa fue en el campo de la imparcialidad.
Desde muy temprano el gobierno de Fox empezó a dar muestras de parcialidad hacia
el proyecto político de la esposa del Presidente, que más tardó en llegar a "Los
Pinos" que en iniciar una espectacular campaña de medios con miras a
posicionarse como una gran figura pública con posibilidades de ser candidata a
la Presidencia (ver a Alfonso Durazo, Saldos del cambio, 2006).
Luego vino el insistente esfuerzo del gobierno federal para, mediante una
interpretación muy estrecha de una disposición legal en un asunto administrativo
muy menor, pedir y lograr que el Congreso retirara el fuero que AMLO poseía como
jefe de Gobierno del Distrito Federal y, de esa manera, llevarlo ante el juez e
impedir su registro como candidato presidencial.
Se quería, así, predeterminar el resultado de la elección antes de que los
comicios tuvieran lugar.A esas alturas ya se había desvanecido la increíble
fantasía que se había tejido en torno a la candidatura de la esposa del
Presidente, pero entonces el aparato del gobierno federal ya operaba para hacer
sucesor de Fox al secretario de Gobernación, Santiago Creel.
Una vez que ese esfuerzo también falló, y que la elección interna del PAN se
decidió a favor de un panista tradicional, Felipe Calderón, el Presidente se
puso en campaña para usar todo el peso de su oficina y su innegable popularidad,
menos para impulsar la candidatura del abanderado de su partido y más para
neutralizar a AMLO.
A estas alturas, también la equidad de la campaña electoral quedó cuestionada.
El gasto del PAN en los medios superó, y con mucho, al de su contrincante de
izquierda. La decisión del Consejo Coordinador Empresarial de intervenir
directamente pagando una serie de spots de televisión que, en el último minuto,
reforzaron la estrategia panista de hacer ver a AMLO como "un peligro para
México", hizo aún más evidente lo que ya era obvio: que la equidad no sería una
característica de la elección del 2006.
Finalmente, el día de los comicios el gran aparato levantado en torno al
Instituto Federal Electoral (IFE) resultó incapaz de proveer el resultado cierto
que se esperaba de él.
En parte, el fallo pudo deberse a lo extraordinariamente cerrado de los
resultados entre los dos principales contendientes así como a errores en la
información inicial. Sin embargo, el comportamiento "atípico" ("altamente
improbable") de las cifras que fueron apareciendo en las pantallas del IFE el
domingo 2 de julio y, una vez más, el miércoles 5, despertaron al viejo monstruo
de la desconfianza y alimentaron en muchos la sospecha de una interferencia
deliberada con el sistema de cómputo del IFE a favor del PAN (al respecto
consultar lo expuesto por el doctor Víctor Romero del Instituto de Física de la
UNAM en
www.youtube.com/watch?v=GKIfFsyJxFc).
Fue entonces cuando el PRD decidió cuestionar el proceso electoral mismo e
iniciar lo que sabe hacer muy bien: la movilización de sus bases en las calles.
Conclusión.
Cuando finalmente la elección se concentró en decidir entre la izquierda y la
derecha; es decir, cuando abrió una opción de cambio no radical pero sí
significativo, prácticas que se suponían superadas volvieron a aparecer y el
nuevo marco de la democracia mexicana, que aún no fragua, ha empezado a crujir
de manera alarmante.
El proceso del 2006 aún no termina, pero ya puede decirse que para México la
verdadera prueba de su flamante sistema democrático no fue el 2000 sino el 2006.
A todos conviene que finalmente la prueba se supere y bien, pero en cualquier
caso lo que ya se perdió fue la "inocencia democrática", que no duró ni un
sexenio.
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